Páginas 32, 33 y 34

viernes, 8 de julio de 2011
Tenía 30 años, sin mujer, ni hijos, y sin ganas de nada. Todo tenía y de todo carecía.
Poco a poco, las cazas de zorros y las fiestas del sótano iban cesando. De semanal a mensual, de mensual a trimestral, de trimestral a anual, y así, hasta que, lo único que hacía era pasear por sus bosques hasta el anochecer.
Un día de invierno, que había salido el sol por la mañana tras varios días de fuertes nevadas, mientras paseaba, se le acercó un hombre con una frondosa barba y con aspecto de no haber visto bañera alguna en mucho tiempo.
-Hola sobrino, me alegro verte.
Se quedó perplejo, como si le hubieran golpeado con un objeto contundente. Miró la indumentaria del hombre, y vio que eran los ropajes de un capitán del ejército pero sin el clásico porte impoluto de cualquier militar de su rango.
-¿No me recuerdas? Soy el hermano menor de tu padre. Me fui a la guerra hace muchos años, cuando tan sólo eras un crío. Por cierto, ¿dónde está mi querido hermano? La última vez que lo vi fue antes de que declarásemos la guerra al país vecino…
-Mi padre murió hace más de 10 años
-¿¡Cómo!? ¿¡Cuándo!? ¿¡De qué!?
-Ven, si quieres, - dijo calmado, con una profunda tranquilidad- te lo puedo explicar mientras tomamos algo en mi palacio. Vamos tío, te recuerdo. Ven conmigo y sé mi invitado.- Tras el shock sufrido por la noticia, asintió con la cabeza.
Los dos hombres se encaminaron hacia la casa.
Al aproximarse a la puerta de la casa, vieron que el mayordomo ya les estaba esperando con la puerta abierta.
-Muy buenas señor, ¿quién es el caballero que le acompaña?
-Es mi tío. Que le preparen un baño de agua caliente y ropa decente. También que venga el barbero y que lo aseé. Y rápido que debe estar a punto para la cena.-el mayordomo le hizo una reverencia y, con un gesto cortés, le indicó al nuevo invitado que le siguiera.
Cuando fue al salón para cenar, ya le estaba esperando.
-¿Qué tal ha ido el baño tío? Veo que no han encontrado nada mejor  para que te pusieras, mañana le diré a la criada que vaya al pueblo a buscar un atuendo más apropiado. Por lo menos el barbero ha hecho un trabajo excelente.
-No te molestes sobrino, me gusta, y el baño me ha sentado realmente bien, no recuerdo la última vez que me pude relajar tanto sin estar abrazado a mi escopeta…
El joven hizo sonar una pequeña campanilla. Al instante, aparecieron dos mujeres con una bandeja de plata cada una. Al unísono levantaron la tapa también de plata para descubrir el manjar preparado por el cocinero.
- Y bien tío, querías saber qué le sucedió a mi difunto padre, ¿verdad?
Dejó de comer. -Sí claro, cuéntame por favor.
-Murió tras una caída de caballo, se golpeó en la nuca y nunca más se movió. Y desde entonces, soy el amo y señor de todo lo que ves aquí.
-¿De todo lo que veo dices? Yo sólo veo una fortuna material únicamente…
-¿Únicamente? Poseo la mayor fortuna de este país, gracias a mi dinero has tenido alimento, armas y cobijo mientras estuviste al frente…
-Por cierto, ¿Qué te ha traído hasta aquí? ¿Por qué no estás en la batalla?
-¿Quieres que te lo cuente? Si quieres, al acabar esta exquisitez que tengo delante de mí os mostraré qué he estado haciendo. Que, tras largos años del alimento pútrido que gracias a “vos” he podido comer en el frente, no sabes cuánto se echa en falta unos manjares como los aquí presentes., os mostraré que he estado haciendo.
Le ofendió el sarcasmo usado al referirse a él como “vos”, pero se abstuvo de replicar. Simplemente se limitó a terminar el plato que tenía delante.
Estaba tomando el té, cuando el tío se le acercó, y le dijo:
-Vamos, te lo enseñaré.
Fueron a la biblioteca privada, aún se acordaba donde estaba. Se puso delante de una de las estanterías sobrecargadas de libros. Algunos que carecían de valor y de interés alguno, y otros en cambio que eran manuscritos originales de grandes escritos de la literatura universal.
Comenzó a quitarlos del estante sin pararse a mirar cuáles eran.
-¿¡Qué haces!? ¡Esos libros son valiosísimos! – pero continuó como si nada hubiera escuchado.
Cuando acabó de quitar los del estante, retiró el gran tablón. – ayuda a tu viejo tío anda.
El joven con cara de molesto y de no entender nada de lo que estaba haciendo le ayudó a retirarlo. Al hacerlo, se descubrió una gran losa de piedra caliza. La movió lentamente, por suerte, no tenía apenas grosor con lo que la hacía fácil de mover.
La dejó en el suelo.
Donde había la losa, había un bulto envuelto con piel de vacuno. Con extremo cuidado lo extrajo del agujero donde tantos años se había pasado.
Al desenvolverlo, se pudo apreciar que era un libro.
-Esto me pasó- le dijo mientras se lo acercaba.

-Señores pasajeros abróchense los cinturones, en breves minutos tomaremos tierra – sonó por los altavoces del avión la voz del comandante.
Vio como la película que habían puesto para hacer más ameno el viaje a los pasajeros, ya estaba terminando. Salió un famosísimo actor de Hollywood en las últimas escenas con unos harapos puestos que le debían abrigar mucho. La película se llamaba “Siete años en el Tíbet”.

Se abrochó el cinturón y se puso a continuar la historia, cuando una de las maletas de mano que había al otro lado del pasillo cayó a su lado a causa del viraje que estaba realizando el piloto para tomar tierra. Del golpe se asustó tanto que alzó las manos, con tan mala suerte que al hacerlo, hizo volar el libro hacia los asientos delanteros dándole a uno de los pasajeros en la cabeza. Éste se quejó y vociferó una serie de malsonantes insultos mientras se giraba hacia el lugar de donde salió el proyectil.

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