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viernes, 15 de julio de 2011
Rápidamente, la rubia azafata de sombrero gracioso, se desabrochó el cinturón y fue hasta el lugar del incidente para calmar al agredido y devolver el libro al agresor accidental.

Notando que se le había subido gran cantidad de sangre a la cara, se disculpó agachando la cabeza para que nadie más se percatara de ello.

Después del incidente se iba a poner a leer nuevamente cuando vio que el resto de pasajeros le estaba mirando, por lo que decidió dejarlo para cuando tomaran tierra.

-Señores pasajeros, gracias por habernos elegido para su vuelo y en nombre de la compañía esperamos que hayan tenido un vuelo agradable. – Se despedía el capitán mientras el equipo del avión estaba ultimando los preparativos para que salieran todos.
La lucecita que indicaba que permanecieran con los cinturones puestos se apagó. Los pasajeros se levantaron todos a la vez a recoger sus pertenencias y a salir.

Cuando pasó por la puerta, la azafata se estaba despidiendo de todos muy cordialmente pero, en su casa, no le puso buena cara – Otro día vigile un poco más sus pertenencias, podría haber lastimado a alguien.
-Lo lo lamento- le respondió mientras se miraba los pies y salía.

Se fue hasta la puerta donde le indicaron que tenía que recoger sus maletas en aquellas cintas transportadoras que de niño siempre se había preguntado que había más allá.
Decidió sentarse en un banco de metal a esperar y, al fin, a continuar leyendo.

Aguardaba a que el señor del castillo lo reclamara para ayudarlo a ponerse la armadura e ir a la guerra.
Era joven por aquellos tiempos y sus padres, con mucho esfuerzo, consiguieron que el príncipe, pocos años más joven que él, lo aceptara como escudero.
Sólo había aprendido de su padre a arar el campo e ir a las tabernas para emborracharse, no sabía por dónde empezar cuando llegó al castillo.
Por suerte, el príncipe era bastante paciente con el servicio, cosa inaudita en su familia, y siempre le explicaba con vehemencia que debía hacer en todo momento y cómo.
-¡Escudero! El señor te reclama de inmediato.
Recogió sus cosas y fue hasta él.
Mientras se le acercaba, vio como el paso de los años había hecho mella en su señor.
El cabello le crecía más atrás que cuando era joven y su cabello antes de un negro intenso, ahora dejaban relucir algún mechón blanquecino. Y al lado de sus ojos, le habían aparecido ya hacía tiempo las marcas de la edad.
-Señor, ¿en qué puedo ayudarle?
-Escudero, compañero, amigo. Ven, acércate, quiero hablarte.
Mientras se acercaba, le vio una pequeña sonrisa en la comisura del labio.
-¿Cuántos años hace que estás conmigo escudero?
-No estoy seguro señor pero creo que 10 años.
-11 para ser exactos, lo recuerdo como si fuera ayer la primera vez que viniste al castillo, con las uñas negras de trabajar en el campo y con esa torpeza tan característica que, con los años has ido corrigiendo…
-Gracias Señor- no supo que contestarle.
-Mi anciano padre, el Rey, se muere. Yace en su lecho rodeado de la Reina, y del médico. Incluso mi propio hijo está con mi mujer.
-Señor, no lo sabía, lo lamento. Si hay algo que pueda hacer…
-¿Lo ves? Mi joven amigo, siempre dispuesto a servir a tu Señor, siempre leal, siempre un buen amigo… Pronto seré Rey, y necesito gente de confianza a mi alrededor, no esa chusma que siempre han estado en todas las fiestas que mi padre organizaba y tanto lo adoraban y, en cambio ahora, nadie hay de todos esos farsantes que se autoproclamaban amigos personales del Rey. Es por eso que necesito gente leal a mí. Como tú, que desde la niñez te he considerado un amigo. Pon una rodilla en el suelo.
-¿Señor?
- Hazlo.
Sacó su espada de la vaina y apoyándola en el hombro del escudero dijo: -Yo, tu Rey, te nombro caballero del Reino. Tu vida darás por salvaguardar a tu Reino y a tu Rey, y ahora, levántate, tenemos una batalla que librar.

Páginas 32, 33 y 34

viernes, 8 de julio de 2011
Tenía 30 años, sin mujer, ni hijos, y sin ganas de nada. Todo tenía y de todo carecía.
Poco a poco, las cazas de zorros y las fiestas del sótano iban cesando. De semanal a mensual, de mensual a trimestral, de trimestral a anual, y así, hasta que, lo único que hacía era pasear por sus bosques hasta el anochecer.
Un día de invierno, que había salido el sol por la mañana tras varios días de fuertes nevadas, mientras paseaba, se le acercó un hombre con una frondosa barba y con aspecto de no haber visto bañera alguna en mucho tiempo.
-Hola sobrino, me alegro verte.
Se quedó perplejo, como si le hubieran golpeado con un objeto contundente. Miró la indumentaria del hombre, y vio que eran los ropajes de un capitán del ejército pero sin el clásico porte impoluto de cualquier militar de su rango.
-¿No me recuerdas? Soy el hermano menor de tu padre. Me fui a la guerra hace muchos años, cuando tan sólo eras un crío. Por cierto, ¿dónde está mi querido hermano? La última vez que lo vi fue antes de que declarásemos la guerra al país vecino…
-Mi padre murió hace más de 10 años
-¿¡Cómo!? ¿¡Cuándo!? ¿¡De qué!?
-Ven, si quieres, - dijo calmado, con una profunda tranquilidad- te lo puedo explicar mientras tomamos algo en mi palacio. Vamos tío, te recuerdo. Ven conmigo y sé mi invitado.- Tras el shock sufrido por la noticia, asintió con la cabeza.
Los dos hombres se encaminaron hacia la casa.
Al aproximarse a la puerta de la casa, vieron que el mayordomo ya les estaba esperando con la puerta abierta.
-Muy buenas señor, ¿quién es el caballero que le acompaña?
-Es mi tío. Que le preparen un baño de agua caliente y ropa decente. También que venga el barbero y que lo aseé. Y rápido que debe estar a punto para la cena.-el mayordomo le hizo una reverencia y, con un gesto cortés, le indicó al nuevo invitado que le siguiera.
Cuando fue al salón para cenar, ya le estaba esperando.
-¿Qué tal ha ido el baño tío? Veo que no han encontrado nada mejor  para que te pusieras, mañana le diré a la criada que vaya al pueblo a buscar un atuendo más apropiado. Por lo menos el barbero ha hecho un trabajo excelente.
-No te molestes sobrino, me gusta, y el baño me ha sentado realmente bien, no recuerdo la última vez que me pude relajar tanto sin estar abrazado a mi escopeta…
El joven hizo sonar una pequeña campanilla. Al instante, aparecieron dos mujeres con una bandeja de plata cada una. Al unísono levantaron la tapa también de plata para descubrir el manjar preparado por el cocinero.
- Y bien tío, querías saber qué le sucedió a mi difunto padre, ¿verdad?
Dejó de comer. -Sí claro, cuéntame por favor.
-Murió tras una caída de caballo, se golpeó en la nuca y nunca más se movió. Y desde entonces, soy el amo y señor de todo lo que ves aquí.
-¿De todo lo que veo dices? Yo sólo veo una fortuna material únicamente…
-¿Únicamente? Poseo la mayor fortuna de este país, gracias a mi dinero has tenido alimento, armas y cobijo mientras estuviste al frente…
-Por cierto, ¿Qué te ha traído hasta aquí? ¿Por qué no estás en la batalla?
-¿Quieres que te lo cuente? Si quieres, al acabar esta exquisitez que tengo delante de mí os mostraré qué he estado haciendo. Que, tras largos años del alimento pútrido que gracias a “vos” he podido comer en el frente, no sabes cuánto se echa en falta unos manjares como los aquí presentes., os mostraré que he estado haciendo.
Le ofendió el sarcasmo usado al referirse a él como “vos”, pero se abstuvo de replicar. Simplemente se limitó a terminar el plato que tenía delante.
Estaba tomando el té, cuando el tío se le acercó, y le dijo:
-Vamos, te lo enseñaré.
Fueron a la biblioteca privada, aún se acordaba donde estaba. Se puso delante de una de las estanterías sobrecargadas de libros. Algunos que carecían de valor y de interés alguno, y otros en cambio que eran manuscritos originales de grandes escritos de la literatura universal.
Comenzó a quitarlos del estante sin pararse a mirar cuáles eran.
-¿¡Qué haces!? ¡Esos libros son valiosísimos! – pero continuó como si nada hubiera escuchado.
Cuando acabó de quitar los del estante, retiró el gran tablón. – ayuda a tu viejo tío anda.
El joven con cara de molesto y de no entender nada de lo que estaba haciendo le ayudó a retirarlo. Al hacerlo, se descubrió una gran losa de piedra caliza. La movió lentamente, por suerte, no tenía apenas grosor con lo que la hacía fácil de mover.
La dejó en el suelo.
Donde había la losa, había un bulto envuelto con piel de vacuno. Con extremo cuidado lo extrajo del agujero donde tantos años se había pasado.
Al desenvolverlo, se pudo apreciar que era un libro.
-Esto me pasó- le dijo mientras se lo acercaba.

-Señores pasajeros abróchense los cinturones, en breves minutos tomaremos tierra – sonó por los altavoces del avión la voz del comandante.
Vio como la película que habían puesto para hacer más ameno el viaje a los pasajeros, ya estaba terminando. Salió un famosísimo actor de Hollywood en las últimas escenas con unos harapos puestos que le debían abrigar mucho. La película se llamaba “Siete años en el Tíbet”.

Se abrochó el cinturón y se puso a continuar la historia, cuando una de las maletas de mano que había al otro lado del pasillo cayó a su lado a causa del viraje que estaba realizando el piloto para tomar tierra. Del golpe se asustó tanto que alzó las manos, con tan mala suerte que al hacerlo, hizo volar el libro hacia los asientos delanteros dándole a uno de los pasajeros en la cabeza. Éste se quejó y vociferó una serie de malsonantes insultos mientras se giraba hacia el lugar de donde salió el proyectil.

Página 29, 30 y 31

viernes, 1 de julio de 2011
cultura norteafricana y que se asemejaba a un famoso terrorista que tenía fotos colgadas por todas las paredes del aeropuerto y con la palabra “Reward” debajo de la misma. Otro guardia les vio de lejos y, con un porte firme les prohibió con firmeza el paso, por lo que se despidieron allí mismo.

Lo abrazó con fuerza su madre y, entre lágrimas, le deseo suerte y le pidió que tuviera mucho cuidado, que en un país extranjero, que no sabía el idioma y que estando solo, le podía pasar cualquier cosa. Discursos que una madre siempre le hace a un hijo al estar preocupada.
El padre mientras miraba hacia otro lado, como si no fuera con él todo aquello.
Dejó la bolsa de mano en la cinta, pasó por el arco y recogió la bolsa. Al subir por las escaleras oyó un grito tras él.
- ¡Hijo! ¡Te quiero! –era su padre. Se irguió y se paró. Y, cuando parecía que se iba a dar la vuelta para decir algo, continuó el ascenso por la escalera sin mirar atrás.
Después de pasar varios controles, y de identificarse una infinidad de veces, al fin entró en el avión. Y una azafata no muy agraciada pero, aparentemente, muy amable y simpática, le indicó dónde estaba su asiento y le acompañó hasta a él.
Se sentó y antes de darse cuenta, otra azafata ya le estaba ofreciendo un periódico y un zumo. Los rehusó.
Decidió relajarse, le quedaban más de doce horas de vuelo. Ahora, tenía unas horas en las que nada ni nadie podía atormentarlo.
Se durmió.
Se encontraba en un lugar frío, con mucha nieve, pero él poco lo notaba. Era como una especie de poblado indio con sus cabañas típicas y con animales domésticos que no reconocía.
Entonces, sentada junto al fuego, vio a la mujer que salía en la foto que le dejaron en su cama días atrás. Se levantó y se dirigió hacia él.
- Has de llegar hasta aquí. Éste es el principio de tu viaje. Al acabarlo lo encontrarás al fin. – le dijo la mujer
- ¿Aquí? ¿A dónde? ¿Qué encontraré? ¿¡Quién eres!?
- ¿Aún no lo sabes? – y se estaba quitando el pañuelo que le tapaba la cara cuando…
- ¡Señor! ¡Señor! Despierte por favor.
Sobresaltado se irguió de un salto y, al hacerlo, la luz le cegó momentáneamente.
Volvía a estar en el avión. Tenía en frente una azafata, rubia con el pelo recogido bajo un pequeño sombrero muy gracioso que se ajustaba perfectamente a la cabeza y que formaba parte del uniforme de color oscuro que le otorgaba un aire solemne pero, gracias a dicho sombrero, le daba un aire un poco más simpático. Ésta le dijo:
- Señor, siento mucho haberle despertado, pero estamos pasando por una zona de turbulencias y debería abrocharse el cinturón por su seguridad.
- Gracias, gracias… - contestó aún medio dormido.
-¡Qué rabia! – Pensó al irse la azafata. - Siempre se despierta uno en el momento más interesante del sueño…
Se sentó nuevamente y, haciendo caso a la guapa señorita, se abrocho el cinturón. Pensó que sería inútil la medida de seguridad pero, pronto averiguaría que en absoluto lo era.
 No recordaba la última vez que rezó pero en esa ocasión rezó todo lo que sabía e incluso se inventó algún párrafo.
Estaban pasando por medio de una nube tormentosa exageradamente fuerte.
-¡Vamos a morir todos! Dios nos castiga por todos nuestros pecados. ¡Arrepentíos! – un religioso ultraderechista se puso a gritar asustando a los viajeros que tenía a su alrededor.
Agarrándose a los cabezales de los asientos y con paso firme pero lento, la misma azafata del divertido sombrero, ahora ya sin él, habló acaloradamente con el señor hasta que consiguió que se callara.
Aunque poco duró la calma, delante de cada pasajero saltó una mascarilla de oxígeno por si acababa sucediendo lo peor. Esto hizo que la gente gritara aún más de terror. La gente se abrazaba y se decía entre lágrimas lo mucho que se querían los unos a los otros.
Al ver todo aquel espectáculo, le recordó a alguna de las muchas películas que había visto. Al final, todos morían excepto el protagonista y la atractiva, y semidesnuda, mujer del mismo…
¿Sería otro sueño? – se preguntó en voz alta, casi no podía oír ni sus propios pensamientos debido al estruendo que había a su alrededor. Entonces se pellizcó con fuerza.
-¡Au! – se quejó – no, no es ningún sueño. Por lo que se puso la mascarilla y se inclinó poniendo el pecho sobre las piernas tal como decía el prospecto de seguridad.
Cerró los ojos con fuerza mientras no paraba de rezar a los dioses de todas las culturas que conocía (por si acaso) y entonces fue cuando lo escuchó… Se irguió muy lentamente con los ojos completamente abiertos, al igual que la boca.
- ¡Ding! Señoras y señores pasajeros, ya hemos pasado la zona de turbulencias, retírense las mascarillas. Pueden quitarse el cinturón de seguridad. Gracias por su atención-
-¿Qué ya ha pasado? ¿Ya está?- Se levantó del asiento y vio que la gente reía nerviosamente por el susto ya pasado. Hubo quien incluso aplaudió por la alegría de continuar vivo…
Fue al baño a refrescarse la cara y, al mirarse en el espejo…
-¡Mierda! ¡Me he meado encima!
Mojó con agua la zona afectada, pero ahora se veía más todavía, por lo que decidió sacarse la camisa por fuera y ponerse el jersey en la cintura.
Con una imagen algo estropeada pero sin aparentar que, un  hombre de su edad, tiene problemas de incontinencia, regresó al asiento.
-Ahora seguro que no me duermo.- por lo que decidió coger el libro para mantenerse ocupado las siete horas de vuelo que quedaba.

Tenía casi veinte años cuando heredó la fortuna de su padre. Poseía un basto palacio, con más de cien personas de servicio que se encargaban de llevar a cabo cualquier deseo que pudiera llegar a tener, e incluso a veces, antes de que los tuviera.
Nunca se tuvo que preocupar por nada. La herencia recibida le permitió hacer lo que quería cuando quería.
Le gustaba montar a caballo mientras iba a la caza del zorro rojo en sus grandes bosques. Le acompañaban siempre los grandes mandatarios del país, parte de sus criados y sus doce perros de raza.
Normalmente, alguno de sus acompañantes, dejaba herido al animal para que él pudiera rematar la faena y llevarse todo el mérito de la caza. Al fin y al cabo, su fortuna ayudaba a que su país tuviera fondos suficientes para la guerra que se llevaba a cabo en el norte. No le importaba gastar tal cantidad de dinero, jamás pensó que pudiera llegar a acabarse la fortuna.
A medida que crecía, cada vez tenía más y más vicios. Pero, sobretodos ellos, fueron las mujeres de mala vida.
Cada pocas semanas, llenaba el sótano del palacio de prostitutas y llevaba a cabo tales bacanales que duraban varios días. El servicio de palacio siempre se encargaba de dejar comida en abundancia para los descansos que hicieran en la puerta del sótano. En ocasiones, el jardinero abonaba  las flores del jardín con una mezcla de tierra, estiércol y de alguna de esas jóvenes que tenían algún desgraciado accidente…

Páginas 26, 27 y 28

viernes, 24 de junio de 2011
cadáver y que la mujer haya aparecido con una amplia sonrisa y  junto a ella, un libro bajo el brazo.
Los expertos datan el cadáver del siglo III d.C. y la prueba del Carbono 14 confirma que el libro es algo más antiguo. De momento, lo único que han podido descifrar del manuscrito, está en la primera página y viene a decir. Cito textualmente: lo he encontrado, he encontrado el sentido de la vida y quiero difundirlo por el mundo entero.
Hubiera sido una suerte para todos nosotros si esta anciana hubiese sobrevivido al frío de estas montañas.
Y ahora, las noticias del tiempo.
Se prevé que esta semana…

Apagó el televisor. Miró el vaso y lo vacío de un trago. Estaba agotado de tantas señales divinas.
Todo le hacía pensar que debía ir a Ahmilosh, dónde vio la mujer de la foto y que allí debería encontrar el “sentido de la vida”.
Todo carecía de sentido alguno. Intentó analizar la situación de manera objetiva y con sentido común. Pero no llegó a ninguna parte.
Sabía que debía ir a Ahmilosh, pero no sabía cuál era el próximo movimiento que le tocaba hacer. Por lo que se dispuso a leer nuevamente el libro. Comenzó a leerlo y se percató de que no se estaba enterando de nada debido al cansancio acumulado. Prefirió acostarse un rato.

Un ruido indefinido le despertó. Se quedó en silencio por si volvía a escuchar de nuevo el ruido para descubrir qué era y de dónde venía.
La breve espera recibió su recompensa, volvió a oírlo y, esta vez, sí supo definirlo y situarlo. Eran unas pisadas que provenían del comedor de su casa.
Se levantó rápidamente vociferando todo tipo de insultos para asustar al posible ladrón y que se fuera en lugar de enfrentarse a él. Corrió dando fuertes pisadas al lugar dónde había escuchado el crujir del suelo.
Funcionó. 
El ladrón, al verlo, se escabulló apresuradamente por la puerta. Con el ego crecido al ver que era capaz de intimidar a alguien con su presencia decidió imitar a su personaje de ficción favorito e ir tras él.
El ladrón vestía de oscuro y se movía con bastante agilidad. También corría más deprisa que él, aunque esto no lo detuvo.
Torcieron a la derecha en una calle que estaba cortada por una verja.
Con la agilidad de un felino superó el obstáculo sin dificultades. En cambio, su perseguidor con las zapatillas de ir por casa, resbaló y se golpeó el coxis con el duro asfalto.
Des de el suelo se quedó mirando al ladrón y pudo ver que tenía una tez morena y con rasgos finos. Después lo perdió de vista.
Con el ego nuevamente en su lugar volvió a su casa.
Se había dejado la puerta abierta. Persigue a un ladrón y deja la puerta abierta para otros posibles hurtadores… 
Por suerte, aparentemente, nadie había allanado su morada.
Cerró la puerta tras de sí y buscó para comprobar qué se había llevado el ladrón. No parecía que faltase nada, al contrario, encontró un sobre blanco alargado encima del sofá.
Ya nada le podía sorprender. 
Excepto eso.
Del sobre salió un billete de avión para viajar a su destino en primera clase.
El avión salía en menos de 48 horas. Lo que quería decir que debía comenzar a hacer maletas. Así que se puso manos a la obra.
Al rato se percató que estaba muerto de sueño y hambriento, se miró el reloj y vio que justo el minutero le marcaba que eran las 5 de la mañana, decidió, esta vez sí, acostarse un rato.

Pasadas unas horas, se levantó, se sirvió algo de desayuno y volvió para acabar de hacer las maletas.
Su madre insistió en acompañarle hasta el aeropuerto. En lugar de coger un taxi, ya le iba bien que le acompañase, así, alguien estaría para despedir de él. Siempre pensó que, la gente que coge un avión y no hay nadie para despedirse, o era un viaje muy corto, o era alguien demasiado solitario. Aunque así se sentía él, agradeció el gesto de su madre.
Esperaba en la puerta de su casa cuando vio llegar el coche de sus padres, con su padre al volante.
Se enfadó con su madre, pero, a regañadientes, cargó las maletas en el maletero y montó en el vehículo.
Hacía casi un año que no se veía con su padre. No se dirigieron la palabra, aunque el anciano no tenía un rostro de enfado, sino todo lo contrario, tenía cara de un hombre atormentado por su pasado.
La madre intentaba mantener una conversación con ambos pero no hubo suerte. 
Llegaron al aeropuerto y, tras un par de vueltas en el parking, lograron encontrar un sitio donde dejar el coche y así descargar el equipaje. Les costó cargar maletas debido a que la plaza de aparcamiento encontrado era en la planta -4, plaza Y-99.
Minutos más tarde, encontraron un carrito para llevar los pesados bultos. Parecía que, ese día, todo el mundo cogía los carritos de esa zona.
Le acompañaron hasta dónde el guardia de seguridad les permitió, que era justo antes de pasar el arco de seguridad. Aunque intentaron pasar disimuladamente aprovechando que dicho guardia estaba cacheando a un hombre de tez morena que vestía ropajes de alguna 

Páginas 23, 24 y 25

viernes, 17 de junio de 2011
Se le caían los párpados por la falta de descanso y la lectura excesiva a la que no estaba nada acostumbrado.
Cuando debía leer algo, normalmente libros técnicos para su profesión, lo hacía en la pantalla de su ordenador. Siempre encontraba a alguien en la Red que se lo había encontrado escaneado de algún pirata informático.
Así que decidió dejarlo por el momento, aunque, viendo su ritmo de lectura, no le daría tiempo de acabarlo antes de que se fuera a emprender este viaje. Por lo que decidió tomarlo “prestado” hasta que volviera de su aventura oriental, lo que no sabía si serían semanas, meses, o años… No sabía nada en realidad sobre el viaje, ni duración, ni trabajo a desarrollar, ni nada de nada. Ni de por que le habían elegido a él, francamente dudaba mucho que su exmujer estuviera trabajando en la misma empresa que él y con suficiente poder como para designar quien debía ser quien fuera a trabajar. Por lo que debía haber alguien más, pero… ¿quién?
Cada vez todo era más y más extraño. Parecía que el mundo entero le estuviera escribiendo su propio destino sin que él supiera a dónde le iba a conducir toda esta historia.

Entonces, miró a un lado y a otro buscando a la nazi-bibliotecaria. Y allí estaba, colocando unos libros en las estanterías.
Esa era su oportunidad.
Retiró la silla con cuidado para no hacer ruido. Se levantó lentamente. Cogió el libro y lo cubrió con el abrigo.
Bajó las escaleras con sigilo y fue hacia la puerta.
Una vez estaba a punto de pasar el umbral… Sonaron los arcos de seguridad que estaban perfectamente camuflados por unas columnas que imitaban las de los templos de los antiguos dioses griegos.
Se alarmó y se quedó quieto por el espanto sufrido por el estruendoso delator.
La bibliotecaria, con cara de perro de presa, ladró y se dirigió corriendo hacía el ladrón alargando la mano.
Al ver esa espantosa imagen, se dio media vuelta y se fue corriendo en busca de su coche.
Tras él, su cazadora le estaba ganando terreno aunque consiguió abrir el coche y cerrar el seguro. Al coger la llave para introducirla en el contacto, se le cayó en el cenicero. Nervioso, consiguió cogerla nuevamente, ahora rebozada de ceniza, pero consiguió encender el vehículo, aunque, antes de poner la marcha, un estruendo en el cristal del conductor lo asustó. Era la cazadora nazi. Con la cara roja y gritando lo que se le antojaron como unos insultos en alemán, comenzó a golpear la luna del coche repetidamente con la palma de la mano bien extentida.
Entonces metió la marcha y haciendo chirriar las ruedas, salió disparado y, en la intersección, un coche le pitó fuertemente por haberse saltado un Stop a toda velocidad.

Corrió tanto como pudo, adelantando los coches por ambos lados (sabía que uno de los dos era permitido y el otro no, aunque no recordaba cuál era cuál, por culpa de la adrenalina inducida por el hurto).
Al cabo de unos minutos vio un pequeño descampado para pararse. Detuvo el coche, salió de éste y se puso tras un pequeño matorral para que nadie lo viera.
Allí, vació el estómago.
Una vez se enjuagó la boca con la manga, se tuvo que sentar en el suelo para coger aire. Puso las manos al lado de las nalgas y, sin darse cuenta, se pilló un poco el bolsillo del abrigo, y notó que tenía algo.
Lo sacó del bolsillo y resultó ser el marco. No se acordaba que lo había recogido del despacho. Se puso a mirarla.
-¿Qué quieres de mí? A nadie le he hecho nada para que debas atormentarme de este modo… fíjate, robando un libro de una biblioteca, ¡yo! Y luego he de ponerme tras un matorral a vomitar como si fuera un mísero borracho- entonces rompió a llorar.
Hacía tiempo que no lloraba, desde que pasó lo de su hermano.
Se sentía triste, desdichado y solo.
Antes recordaba que tenía amigos, a sus padres, a su hermano, a su mujer… pero ya hacía tiempo que no le quedaba nadie. Poco a poco, todo el mundo le había dejado de lado. Primero su hermano, luego su familia, y por último ella…
Vio que el marco de la foto abultaba demasiado, por lo que decidió deshacerse de él y quedarse solamente con la foto. Al hacerlo, vio que había algo escrito en el reverso de ésta. Con el ceño fruncido por no recordar que hubiera nada escrito se dispuso a leer lo que decía:

¿Cómo te encuentras? ¿Te has puesto muy nervioso al coger ese libro de la biblioteca? No te preocupes que en unos días recibirán otro ejemplar de una edición más actualizada.
Una vez hayas llegado al continente asiático, y llegues al hotel, pide en recepción que te den un sobre que hay para ti.

Con disimulo, miró a su alrededor por si había alguien que lo estuviera vigilando. Le parecía algo increíble todo lo que le estaba sucediendo. Le recordó a una película que vio hacía ya algún tiempo que trataba de que una cadena de televisión que retransmitían la vida de un hombre des de el día de su nacimiento y que le manipulaban la vida tal marioneta fuese.
Así se sentía él.
Cogió aire profundamente y volvió a meterse en el coche. Aún le temblaba el pulso.
Condujo calmado hasta su casa y, como de costumbre, tuvo que dar varias vueltas antes de poder aparcar.

Entró por la puerta de casa y se dirigió hacia el mueble bar.
Cogió la botella de whisky, se sirvió en un vaso y se sentó en el sofá poniendo los pies en lo alto de la mesa como hizo cierto político en la Casablanca…
Cogió el mando a distancia y puso un canal cualquiera. Lo único que quería era desconectar un rato de todo y de todos.
Daban noticias, parecía que era lo único que podía ver y oír últimamente.

Encontrado el cuerpo congelado de una anciana en las montañas tibetanas. Ha sorprendido el buen estado en el que se encuentra el 

Páginas 20, 21 y 22

viernes, 10 de junio de 2011
-Está bien, está bien… Quédese, pero a la próxima, aviso a seguridad – giró sobre sus talones y se fue antes de que pudiera contestarle.
La siguió con la mirada hasta que vio que se volvía a sentar en su silla.
Sacudió la cabeza para olvidarse de lo sucedido y volver a lo que le interesaba, el libro.

…un día de fuerte tormenta, mientras miraba el bello paisaje, esta vez mojado, llamaron con el picaporte al robusto portón.
Pom, pom, pom. Volvían a llamar pero esta vez con más insistencia.
El ama de llaves se apremió a abrir para que no se incomodaran más los señores de la casa al oír ese ruido anómalo.
Abrió la puerta y vio que era un hombre, empapado hasta las trancas que pedía comida y alojamiento por una o dos noches.
Muy amablemente, la joven le indico que no era ningún hostal, que era la casa de sus señores y que había un pequeño hostal unas calles más abajo.
Le respondió que ya había ido a ese hostal, y al del pueblo de al lado, y a un par de villas más allá de las montañas pero que todos estaban llenos y sólo pedía poder dormir bajo techo para poderse quitar sus ropas y dejarlas secar, y así poder continuar su viaje.
Entonces llegó el señor de la casa con ánimo de echarlo pero, al ver su bondadoso gesto, vio que no era ningún vagabundo y decidió dejar que se quedara.
 Tenían habitaciones de sobras, en las cuales, hacía semanas que sólo se entraba para limpiarla.
Le indicaron en que habitación podía pasar la noche y le trajeron ropas secas. El hombre, muy agradecido, quiso pagarle por éstas. Aunque, obviamente, el señor de la casa se negó, alegándole que eran de un viejo jardinero y que se las podía quedar ya que el destino que les deparaba era la hoguera si él no las aceptaba.
Muy agradecido, decidió aceptar el regalo y ponérselas de inmediato.
Unos minutos más tarde la joven doncella vino a buscar al huésped, ahora ya invitado, para que cenara algo junto a los señores.
No quería abusar de tanta amabilidad, pero, la verdad era que hacía varios días que no probaba bocado alguno. Así que dejando de lado el orgullo, la siguió hasta la mesa del jardín donde los señores de la casa cenaban junto a la abuela.
Estuvieron charlando animadamente sobre pequeñas trivialidades de la vida y un poco de la historia personal de cada uno. De dónde habían venido y cómo habían llegado hasta ese momento en el cual, el destino había decidido que estuvieran.
La anciana hacía bastante rato que había dejado de comer y, como siempre, no pronunció palabra, con lo que el invitado, intrigado y algo incómodo ante tal presencia, con la voz un poco entrecortada decidió preguntar sobre ella.
Le explicaron la historia del héroe del pueblo caído en campo de batalla y de como, gracias a tal gesta, estaban en esa situación, aunque la madre nunca logró superarlo y desde aquel día, se sienta en una silla colocada en los jardines de las casas de sus hijos.
El hombre sintió una gran pena en su alma tras escuchar la triste historia. Pero, para no amargar la cena, decidió cambiar de tema para que pudieran continuar disfrutando de su compañía sus anfitriones.
Después de cenar, pidió permiso al matrimonio para quedarse en el jardín, se miraron con extrañeza pero se lo concedieron aunque con la premisa de que debería irse a sus aposentos antes de que el ama de llaves se  fuera para descansar.
Intentó conversar con la anciana pero parecía que sus intentos fueron inútiles. Comenzó con trivialidades igual que en la cena, luego, poco a poco, intentó ir hablando de cosas más importantes como la pobreza, la esclavitud, la guerra…
Pero la señora parecía no escuchar.
A la señal de la joven, se fue a la cama y ésta acompañó a la ausente anciana a descansar.
Así pasó los días el invitado.
Se levantaba por la mañana, almorzaba con los señores y les hacía disfrutar de su agradable compañía. Después, ayudaba al servicio en las tareas del hogar y se pasaba horas seguidas junto a la anciana.
Una vez vieron como la mujer le miraba con los ojos bien abiertos como si lo que le estuviera explicando le estuviese interesando.
Ese día, durante la cena, el señor de la casa no pudo aguantarse y le preguntó de qué le hablaba que parecía tenerla tan interesada y tener reacciones como hacía años que no tenía.
Él respondió que le estuvo hablando del sentido de la vida. Con indignación, el señor se levantó con gran pesadumbre, y le dijo que al amanecer debía marcharse.
Resignado pero con una sonrisa en la cara, les dio las gracias por su amable hospitalidad y se fue a dormir para recoger sus cosas.
Cuando los dedos del alba rozaron su rostro, se fue de la casa no sin antes dejar una nota de agradecimiento y una bolsa llena de monedas de oro.
Cuando se despertaron los señores, se fueron a almorzar junto a la anciana como hacían siempre que la tenían viviendo con ellos y le pidieron a la joven si podía comprobar si el huésped había continuado con su camino o continuaba holgazaneando en el cuarto.
Asintiendo con la cabeza, fue a comprobarlo y trajo consigo la nota y la bolsa.
La anciana, con cara de decepción levantó la cabeza y clavó su mirada en el señor de la casa. Se levantó de la mesa y dijo:
-          He de irme.
-          ¿A dónde? – preguntó al unísono los señores
-          A encontrar el sentido de la vida

Dejó el libro en la mesa para reclinarse sobre la silla. No entendía como podía ser que un escritor que hacía ya tantos años que había muerto narrara sobre personajes muy anteriores a él y que fueran sobre casos como el suyo. Gente desesperada que ha de emprender un camino.
Aunque pareciera que él podía ser un capítulo más de ese libro, lo que le hacía diferente era que el camino que iba a tomar él era para averiguar que le estaba intentando decir su (ex)mujer con esa carta en la cama que acababa con la palabra “VIVE” y con esas fotos de esa mujer en Ahmilosh que, presuponía, que debía ser ella…

Páginas 17, 18 y 19

viernes, 3 de junio de 2011
-ho-hola Sr. Presidente. Bueno es que había pensado… en fin… sino como iría, ¿no? Aunque claro, podría espabilarme por mi cuenta y luego pasar la nota de gastos, o no, después de todo lo que…
-¡Dispara chico! No tengo todo el día para escuchar sandeces.
-Sólo quería saber si ya habían comprado el billete de avión o debía hacerlo yo – al final de la frase le falló la voz como el amante que le pide la mano a su amada en matrimonio y, al hincar la rodilla al suelo le falla la voz.
- No, no lo hemos comprado aún. No nos has dado tiempo, nos lo has confirmado hace tan solo un momento, ¿o ya no te acuerdas? Pero no te preocupes por eso, ahora le diré a mi secretaría que te reserve uno para el domingo, así el lunes ya puede empezar el trabajo. Por el momento se hospedará en un pequeño hotel que hay muy cerca de la fábrica hasta que encuentre algún sitio. ¿Entendido?
-Ga-ga-ga-gracias señor. Buenas tardes. – escuchó el pitido del teléfono como que ya le había colgado.
Estaba sudando. – Venga, no hay para tanto. Déjate de tonterías y concéntrate.

Cogió la misma carretera de todos los días pero con un sentimiento entre alivio y melancolía. – Tal vez ésta sea la última vez que haga este recorrido…
Por suerte, a estas horas no había tanto tráfico como por las mañanas aunque era bastante denso.
Por fin en casa.
Decidió coger papel y lápiz, sentarse en el sofá para recapitular toda la información de la que disponía.
En realidad, poco sabía y nada entendía el único hilo que podía seguir era el del libro que estuvo leyendo…
-¡Claro! ¡El libro! – y como un rayó volvió a coger el coche para volver a la biblioteca para continuarlo.

Entonces ya hablaba de un segundo personaje. Era una mujer muy mayor. Tal y como describía el lugar donde vivía, daba la sensación que era de la época romana.
La anciana tenía una familia muy numerosa pero se sentía desdichada desde que su hijo mayor fue a la guerra para nunca volver. Era un joven centurión con un pequeño batallón a sus órdenes.
Solían hacer pequeñas incursiones en territorio hostil para localizar la posición del enemigo.
Pero en una de éstas, al girar tras una gran roca, se toparon de frente con una horda enemiga entera. Hicieron cuanto pudieron. Por suerte, en su último suspiro tras recibir el impacto del frío acero, pudo hacer sonar el cuerno y alertar a la ciudad.
Al oírlo el centinela de la puerta, pudo cerrar el portón a tiempo y, gracias a su heroico sacrificio, sus vecinos y familiares se salvaron de una muerte atroz.
Fue enterrado con todos los honores que se le hacía a cualquier héroe muerto en batalla.
Después de esto, la familia disfrutó de una buena reputación y nunca les faltó de nada.
Aunque todo esto, a la vieja mujer no le reconfortaba en absoluto.
Cuando le dieron la noticia, se quedó perpleja. Y desde aquel día, no volvió a pronunciar palabra.
Era como un cadáver andante.
El resto de sus hijos intentaron animarla. Incluso estuvo viviendo varios años en casa de uno y de otro. Junto a sus nietos.
Pero de nada sirvió.
Se levantaba, se dirigía hacia su dura silla de madera para contemplar el bello jardín y únicamente se movía cuando le traían la comida y cuando le tocaba volver a su solitario colchón.
Sentía una gran pesadumbre en su alma y lo único que hacía era esperar a que su Dios decidiera que ya era su momento de llevarla junto él. Aunque, de momento, estaba tardando mucho para hacerlo, según su parecer…

Había sitio en la puerta de la biblioteca para dejar el coche.
Al entrar vio que había otra persona en el mostrador. Esta vez era una mujer no demasiado mayor pero con la misma mirada perdida y con la misma prepotencia del que le hacen responsable de un grupo muy reducido de trabajadores y se creé amo y señor del mundo.
-Seguro que es un requisito para entrar a trabajar en esta biblioteca. ¡Ja ja ja!
Rió tan fuerte que le tuvieron que hacer callar de sonoramente. Incluso se comenzaba a poner roja la bibliotecaria cuando paró de hacer el molesto ruido…
Subió directamente a la primera planta, ya recordaba donde estaba el libro. Sala narrativa de aventuras, estantería XIV, estante 66.
Lo cogió y se sentó en el mismo sitio donde se puso la anterior vez para continuar leyendo. Paso la portada y, cuando estaba buscando la página por la que se quedó, le sonó el móvil con tal estruendo que resonó por toda la biblioteca.
Intentó cogerlo rápidamente pero, al sacarlo del bolsillo, se le cayó al suelo, se puso nervioso, y al retirar la silla para poder cogerlo, ésta se le cayó, con lo que el estruendo fue mayúsculo entre el móvil sonando, luego la caída del mismo casi simultánea con la de la silla.
Al fin consiguió coger el teléfono. Le llamaban desde un número privado.
-¿Diga? – respondió con un susurro.
-…- se oía una respiración.
-¡Diga! – volvió a responder pero ahora subiendo el tono de voz.
Colgaron.
Dejó el teléfono encima de la mesa mientras se lo miraba con extrañeza. Levantó la cabeza y se asustó al ver la cara de la bibliotecaria nuevamente roja y con cara de pocos amigos. Ahora mismo le recordaba a uno de esos militares del ejército nazi, es posible que algún ancestro suyo lo fuese.
-¿Ha acabado ya de hacer todo ese alboroto?
-Sí, sí, lo siento… soy un poco torpe, lo siento- se puso también rojo, pero en su  caso era por vergüenza.
-¡Bien! ¡Pues debo pedirle que se marche ahora mismo! – Hail! Sólo le faltó decir…
-Lo siento mucho señorita, de verdad, mire, ¿ve? Estoy apagando el móvil, ¡ya está apagado! Pero por favor, déjeme leer este libro, es importante para mí. – le suplicó.