Páginas 20, 21 y 22

viernes, 10 de junio de 2011
-Está bien, está bien… Quédese, pero a la próxima, aviso a seguridad – giró sobre sus talones y se fue antes de que pudiera contestarle.
La siguió con la mirada hasta que vio que se volvía a sentar en su silla.
Sacudió la cabeza para olvidarse de lo sucedido y volver a lo que le interesaba, el libro.

…un día de fuerte tormenta, mientras miraba el bello paisaje, esta vez mojado, llamaron con el picaporte al robusto portón.
Pom, pom, pom. Volvían a llamar pero esta vez con más insistencia.
El ama de llaves se apremió a abrir para que no se incomodaran más los señores de la casa al oír ese ruido anómalo.
Abrió la puerta y vio que era un hombre, empapado hasta las trancas que pedía comida y alojamiento por una o dos noches.
Muy amablemente, la joven le indico que no era ningún hostal, que era la casa de sus señores y que había un pequeño hostal unas calles más abajo.
Le respondió que ya había ido a ese hostal, y al del pueblo de al lado, y a un par de villas más allá de las montañas pero que todos estaban llenos y sólo pedía poder dormir bajo techo para poderse quitar sus ropas y dejarlas secar, y así poder continuar su viaje.
Entonces llegó el señor de la casa con ánimo de echarlo pero, al ver su bondadoso gesto, vio que no era ningún vagabundo y decidió dejar que se quedara.
 Tenían habitaciones de sobras, en las cuales, hacía semanas que sólo se entraba para limpiarla.
Le indicaron en que habitación podía pasar la noche y le trajeron ropas secas. El hombre, muy agradecido, quiso pagarle por éstas. Aunque, obviamente, el señor de la casa se negó, alegándole que eran de un viejo jardinero y que se las podía quedar ya que el destino que les deparaba era la hoguera si él no las aceptaba.
Muy agradecido, decidió aceptar el regalo y ponérselas de inmediato.
Unos minutos más tarde la joven doncella vino a buscar al huésped, ahora ya invitado, para que cenara algo junto a los señores.
No quería abusar de tanta amabilidad, pero, la verdad era que hacía varios días que no probaba bocado alguno. Así que dejando de lado el orgullo, la siguió hasta la mesa del jardín donde los señores de la casa cenaban junto a la abuela.
Estuvieron charlando animadamente sobre pequeñas trivialidades de la vida y un poco de la historia personal de cada uno. De dónde habían venido y cómo habían llegado hasta ese momento en el cual, el destino había decidido que estuvieran.
La anciana hacía bastante rato que había dejado de comer y, como siempre, no pronunció palabra, con lo que el invitado, intrigado y algo incómodo ante tal presencia, con la voz un poco entrecortada decidió preguntar sobre ella.
Le explicaron la historia del héroe del pueblo caído en campo de batalla y de como, gracias a tal gesta, estaban en esa situación, aunque la madre nunca logró superarlo y desde aquel día, se sienta en una silla colocada en los jardines de las casas de sus hijos.
El hombre sintió una gran pena en su alma tras escuchar la triste historia. Pero, para no amargar la cena, decidió cambiar de tema para que pudieran continuar disfrutando de su compañía sus anfitriones.
Después de cenar, pidió permiso al matrimonio para quedarse en el jardín, se miraron con extrañeza pero se lo concedieron aunque con la premisa de que debería irse a sus aposentos antes de que el ama de llaves se  fuera para descansar.
Intentó conversar con la anciana pero parecía que sus intentos fueron inútiles. Comenzó con trivialidades igual que en la cena, luego, poco a poco, intentó ir hablando de cosas más importantes como la pobreza, la esclavitud, la guerra…
Pero la señora parecía no escuchar.
A la señal de la joven, se fue a la cama y ésta acompañó a la ausente anciana a descansar.
Así pasó los días el invitado.
Se levantaba por la mañana, almorzaba con los señores y les hacía disfrutar de su agradable compañía. Después, ayudaba al servicio en las tareas del hogar y se pasaba horas seguidas junto a la anciana.
Una vez vieron como la mujer le miraba con los ojos bien abiertos como si lo que le estuviera explicando le estuviese interesando.
Ese día, durante la cena, el señor de la casa no pudo aguantarse y le preguntó de qué le hablaba que parecía tenerla tan interesada y tener reacciones como hacía años que no tenía.
Él respondió que le estuvo hablando del sentido de la vida. Con indignación, el señor se levantó con gran pesadumbre, y le dijo que al amanecer debía marcharse.
Resignado pero con una sonrisa en la cara, les dio las gracias por su amable hospitalidad y se fue a dormir para recoger sus cosas.
Cuando los dedos del alba rozaron su rostro, se fue de la casa no sin antes dejar una nota de agradecimiento y una bolsa llena de monedas de oro.
Cuando se despertaron los señores, se fueron a almorzar junto a la anciana como hacían siempre que la tenían viviendo con ellos y le pidieron a la joven si podía comprobar si el huésped había continuado con su camino o continuaba holgazaneando en el cuarto.
Asintiendo con la cabeza, fue a comprobarlo y trajo consigo la nota y la bolsa.
La anciana, con cara de decepción levantó la cabeza y clavó su mirada en el señor de la casa. Se levantó de la mesa y dijo:
-          He de irme.
-          ¿A dónde? – preguntó al unísono los señores
-          A encontrar el sentido de la vida

Dejó el libro en la mesa para reclinarse sobre la silla. No entendía como podía ser que un escritor que hacía ya tantos años que había muerto narrara sobre personajes muy anteriores a él y que fueran sobre casos como el suyo. Gente desesperada que ha de emprender un camino.
Aunque pareciera que él podía ser un capítulo más de ese libro, lo que le hacía diferente era que el camino que iba a tomar él era para averiguar que le estaba intentando decir su (ex)mujer con esa carta en la cama que acababa con la palabra “VIVE” y con esas fotos de esa mujer en Ahmilosh que, presuponía, que debía ser ella…

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