Páginas 26, 27 y 28

viernes, 24 de junio de 2011
cadáver y que la mujer haya aparecido con una amplia sonrisa y  junto a ella, un libro bajo el brazo.
Los expertos datan el cadáver del siglo III d.C. y la prueba del Carbono 14 confirma que el libro es algo más antiguo. De momento, lo único que han podido descifrar del manuscrito, está en la primera página y viene a decir. Cito textualmente: lo he encontrado, he encontrado el sentido de la vida y quiero difundirlo por el mundo entero.
Hubiera sido una suerte para todos nosotros si esta anciana hubiese sobrevivido al frío de estas montañas.
Y ahora, las noticias del tiempo.
Se prevé que esta semana…

Apagó el televisor. Miró el vaso y lo vacío de un trago. Estaba agotado de tantas señales divinas.
Todo le hacía pensar que debía ir a Ahmilosh, dónde vio la mujer de la foto y que allí debería encontrar el “sentido de la vida”.
Todo carecía de sentido alguno. Intentó analizar la situación de manera objetiva y con sentido común. Pero no llegó a ninguna parte.
Sabía que debía ir a Ahmilosh, pero no sabía cuál era el próximo movimiento que le tocaba hacer. Por lo que se dispuso a leer nuevamente el libro. Comenzó a leerlo y se percató de que no se estaba enterando de nada debido al cansancio acumulado. Prefirió acostarse un rato.

Un ruido indefinido le despertó. Se quedó en silencio por si volvía a escuchar de nuevo el ruido para descubrir qué era y de dónde venía.
La breve espera recibió su recompensa, volvió a oírlo y, esta vez, sí supo definirlo y situarlo. Eran unas pisadas que provenían del comedor de su casa.
Se levantó rápidamente vociferando todo tipo de insultos para asustar al posible ladrón y que se fuera en lugar de enfrentarse a él. Corrió dando fuertes pisadas al lugar dónde había escuchado el crujir del suelo.
Funcionó. 
El ladrón, al verlo, se escabulló apresuradamente por la puerta. Con el ego crecido al ver que era capaz de intimidar a alguien con su presencia decidió imitar a su personaje de ficción favorito e ir tras él.
El ladrón vestía de oscuro y se movía con bastante agilidad. También corría más deprisa que él, aunque esto no lo detuvo.
Torcieron a la derecha en una calle que estaba cortada por una verja.
Con la agilidad de un felino superó el obstáculo sin dificultades. En cambio, su perseguidor con las zapatillas de ir por casa, resbaló y se golpeó el coxis con el duro asfalto.
Des de el suelo se quedó mirando al ladrón y pudo ver que tenía una tez morena y con rasgos finos. Después lo perdió de vista.
Con el ego nuevamente en su lugar volvió a su casa.
Se había dejado la puerta abierta. Persigue a un ladrón y deja la puerta abierta para otros posibles hurtadores… 
Por suerte, aparentemente, nadie había allanado su morada.
Cerró la puerta tras de sí y buscó para comprobar qué se había llevado el ladrón. No parecía que faltase nada, al contrario, encontró un sobre blanco alargado encima del sofá.
Ya nada le podía sorprender. 
Excepto eso.
Del sobre salió un billete de avión para viajar a su destino en primera clase.
El avión salía en menos de 48 horas. Lo que quería decir que debía comenzar a hacer maletas. Así que se puso manos a la obra.
Al rato se percató que estaba muerto de sueño y hambriento, se miró el reloj y vio que justo el minutero le marcaba que eran las 5 de la mañana, decidió, esta vez sí, acostarse un rato.

Pasadas unas horas, se levantó, se sirvió algo de desayuno y volvió para acabar de hacer las maletas.
Su madre insistió en acompañarle hasta el aeropuerto. En lugar de coger un taxi, ya le iba bien que le acompañase, así, alguien estaría para despedir de él. Siempre pensó que, la gente que coge un avión y no hay nadie para despedirse, o era un viaje muy corto, o era alguien demasiado solitario. Aunque así se sentía él, agradeció el gesto de su madre.
Esperaba en la puerta de su casa cuando vio llegar el coche de sus padres, con su padre al volante.
Se enfadó con su madre, pero, a regañadientes, cargó las maletas en el maletero y montó en el vehículo.
Hacía casi un año que no se veía con su padre. No se dirigieron la palabra, aunque el anciano no tenía un rostro de enfado, sino todo lo contrario, tenía cara de un hombre atormentado por su pasado.
La madre intentaba mantener una conversación con ambos pero no hubo suerte. 
Llegaron al aeropuerto y, tras un par de vueltas en el parking, lograron encontrar un sitio donde dejar el coche y así descargar el equipaje. Les costó cargar maletas debido a que la plaza de aparcamiento encontrado era en la planta -4, plaza Y-99.
Minutos más tarde, encontraron un carrito para llevar los pesados bultos. Parecía que, ese día, todo el mundo cogía los carritos de esa zona.
Le acompañaron hasta dónde el guardia de seguridad les permitió, que era justo antes de pasar el arco de seguridad. Aunque intentaron pasar disimuladamente aprovechando que dicho guardia estaba cacheando a un hombre de tez morena que vestía ropajes de alguna 

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