Páginas 23, 24 y 25

viernes, 17 de junio de 2011
Se le caían los párpados por la falta de descanso y la lectura excesiva a la que no estaba nada acostumbrado.
Cuando debía leer algo, normalmente libros técnicos para su profesión, lo hacía en la pantalla de su ordenador. Siempre encontraba a alguien en la Red que se lo había encontrado escaneado de algún pirata informático.
Así que decidió dejarlo por el momento, aunque, viendo su ritmo de lectura, no le daría tiempo de acabarlo antes de que se fuera a emprender este viaje. Por lo que decidió tomarlo “prestado” hasta que volviera de su aventura oriental, lo que no sabía si serían semanas, meses, o años… No sabía nada en realidad sobre el viaje, ni duración, ni trabajo a desarrollar, ni nada de nada. Ni de por que le habían elegido a él, francamente dudaba mucho que su exmujer estuviera trabajando en la misma empresa que él y con suficiente poder como para designar quien debía ser quien fuera a trabajar. Por lo que debía haber alguien más, pero… ¿quién?
Cada vez todo era más y más extraño. Parecía que el mundo entero le estuviera escribiendo su propio destino sin que él supiera a dónde le iba a conducir toda esta historia.

Entonces, miró a un lado y a otro buscando a la nazi-bibliotecaria. Y allí estaba, colocando unos libros en las estanterías.
Esa era su oportunidad.
Retiró la silla con cuidado para no hacer ruido. Se levantó lentamente. Cogió el libro y lo cubrió con el abrigo.
Bajó las escaleras con sigilo y fue hacia la puerta.
Una vez estaba a punto de pasar el umbral… Sonaron los arcos de seguridad que estaban perfectamente camuflados por unas columnas que imitaban las de los templos de los antiguos dioses griegos.
Se alarmó y se quedó quieto por el espanto sufrido por el estruendoso delator.
La bibliotecaria, con cara de perro de presa, ladró y se dirigió corriendo hacía el ladrón alargando la mano.
Al ver esa espantosa imagen, se dio media vuelta y se fue corriendo en busca de su coche.
Tras él, su cazadora le estaba ganando terreno aunque consiguió abrir el coche y cerrar el seguro. Al coger la llave para introducirla en el contacto, se le cayó en el cenicero. Nervioso, consiguió cogerla nuevamente, ahora rebozada de ceniza, pero consiguió encender el vehículo, aunque, antes de poner la marcha, un estruendo en el cristal del conductor lo asustó. Era la cazadora nazi. Con la cara roja y gritando lo que se le antojaron como unos insultos en alemán, comenzó a golpear la luna del coche repetidamente con la palma de la mano bien extentida.
Entonces metió la marcha y haciendo chirriar las ruedas, salió disparado y, en la intersección, un coche le pitó fuertemente por haberse saltado un Stop a toda velocidad.

Corrió tanto como pudo, adelantando los coches por ambos lados (sabía que uno de los dos era permitido y el otro no, aunque no recordaba cuál era cuál, por culpa de la adrenalina inducida por el hurto).
Al cabo de unos minutos vio un pequeño descampado para pararse. Detuvo el coche, salió de éste y se puso tras un pequeño matorral para que nadie lo viera.
Allí, vació el estómago.
Una vez se enjuagó la boca con la manga, se tuvo que sentar en el suelo para coger aire. Puso las manos al lado de las nalgas y, sin darse cuenta, se pilló un poco el bolsillo del abrigo, y notó que tenía algo.
Lo sacó del bolsillo y resultó ser el marco. No se acordaba que lo había recogido del despacho. Se puso a mirarla.
-¿Qué quieres de mí? A nadie le he hecho nada para que debas atormentarme de este modo… fíjate, robando un libro de una biblioteca, ¡yo! Y luego he de ponerme tras un matorral a vomitar como si fuera un mísero borracho- entonces rompió a llorar.
Hacía tiempo que no lloraba, desde que pasó lo de su hermano.
Se sentía triste, desdichado y solo.
Antes recordaba que tenía amigos, a sus padres, a su hermano, a su mujer… pero ya hacía tiempo que no le quedaba nadie. Poco a poco, todo el mundo le había dejado de lado. Primero su hermano, luego su familia, y por último ella…
Vio que el marco de la foto abultaba demasiado, por lo que decidió deshacerse de él y quedarse solamente con la foto. Al hacerlo, vio que había algo escrito en el reverso de ésta. Con el ceño fruncido por no recordar que hubiera nada escrito se dispuso a leer lo que decía:

¿Cómo te encuentras? ¿Te has puesto muy nervioso al coger ese libro de la biblioteca? No te preocupes que en unos días recibirán otro ejemplar de una edición más actualizada.
Una vez hayas llegado al continente asiático, y llegues al hotel, pide en recepción que te den un sobre que hay para ti.

Con disimulo, miró a su alrededor por si había alguien que lo estuviera vigilando. Le parecía algo increíble todo lo que le estaba sucediendo. Le recordó a una película que vio hacía ya algún tiempo que trataba de que una cadena de televisión que retransmitían la vida de un hombre des de el día de su nacimiento y que le manipulaban la vida tal marioneta fuese.
Así se sentía él.
Cogió aire profundamente y volvió a meterse en el coche. Aún le temblaba el pulso.
Condujo calmado hasta su casa y, como de costumbre, tuvo que dar varias vueltas antes de poder aparcar.

Entró por la puerta de casa y se dirigió hacia el mueble bar.
Cogió la botella de whisky, se sirvió en un vaso y se sentó en el sofá poniendo los pies en lo alto de la mesa como hizo cierto político en la Casablanca…
Cogió el mando a distancia y puso un canal cualquiera. Lo único que quería era desconectar un rato de todo y de todos.
Daban noticias, parecía que era lo único que podía ver y oír últimamente.

Encontrado el cuerpo congelado de una anciana en las montañas tibetanas. Ha sorprendido el buen estado en el que se encuentra el 

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